jueves, 13 de septiembre de 2007

EL SÉPTIMO COMENSAL


Composición en Gris y Negro: Retrato de la Madre del Artista 1871 Museo de Orsay - París

En el centro de la mesa, sobre el mantel dejó la rama de acebo tan valiosa como escasa en estas fechas. Sólo tres bolitas rojas deshacían el verde monótono de aquel trozo de arbusto con espinas en su margen.
Repartió los siete cubiertos, intercalados con los platos blancos y llanos de la vajilla heredada de la abuela. Meticulosamente, doblaba cada una de las servilletas colocándolas con sumo cuidado al lado de cada servicio. Las copas. La de vino, la de agua, la de champán. Las alineaba una y otra vez. No cuadraban con las de enfrente... Volvía a alinearlas.
Se alejó un poco para comprobar mejor la disposición de la mesa. Señalando con el dedo índice, contaba los platos una y otra vez. No parecía estar muy de acuerdo, pero dio por finalizada la tarea. Fue entonces cuando noté sus ojos brillantes y un poco enrojecidos. Esta visión me produjo tanta ternura… ¡Como me hubiera gustado poder abrazarla!
Durante la cena, no dejó de mirar aquel plato, que ante la silla vacía desde hacía tres años, permanecía sin contenido. El que se negaba a retirar. El que el resto de la familia, a regañadientes, toleraba que siguiese esperando a ” ese alguien” que ya no podría utilizarlo nunca más. Hecho que ella se negaba a asumir.
Ahí están todos. Cuesta engullir la cena, los silencios se hacen largos, las miradas esquivas y torpes.
Cree que yo puedo sentarme a la mesa el día de Nochebuena.
Yo vuelvo. Aunque la única que lo percibe es ella.
Mª Ángeles Novales

jueves, 6 de septiembre de 2007

HENRY JAMES


Lamb House se encuentra en Rye, una pequeña población de Sussex. La mansión fue construida por la familia más poderosa de la región en el siglo XVIII. Sin embargo, su hogar sería más conocido posteriormente por ser la casa del expatriado y brillante escritor norteamericano Henry James durante su última y más compleja etapa literaria.

Mr. James adoraba su jardín, sentirse en el campo, rodeado de naturaleza, de paz por ese motivo obligaba siempre al servicio a cuidarlo con demasiada pulcritud, tanta, que incluso, sus más cercanos amigos, pensábamos que un día su jardín se convertiría en un vivo museo.
Era extremadamente hospitalario, aunque en mi opinión, exageraba con las normas y costumbres hospitalarias. Una vez le oí criticar al pobre Flaubert por haberles recibido en ropa de trabajo, algo que en Francia se consideraba honroso y como una forma de recibirlos más cordialmente y darles su entera confianza e intimidad.
Sin embargo, su casa siempre contaba con un gran número de ilustres invitados. Se enaltecía de ver a sus invitados disfrutando y era todo un honor tenerlo de anfitrión. Por su casa pasaron H.G Wells, Rudyard Kipling, Max Beerbohm, Edith Wharton y otras muchas ilustres figuras de la literatura contemporánea. Como disfrutábamos de sus charlas y sus magnificas observaciones aunque en ocasiones, sus frases eran tan largas que apenas comprendíamos el significado de sus frases que combinaba con una entonación grave, lenta y plana. Siempre le mirábamos atentamente aunque entre nosotros sabíamos que todos o la gran mayoría ignorábamos si nos estaba haciendo un comentario, una crítica, un chiste o una pregunta. Algunas veces nos reíamos pero con discreción pues todos temíamos que su fuerte temperamento estallase o que simplemente nos reprochase nuestra ignorancia del uso de la lengua inglesa. Aún así, muchos de sus amigos intentaban entender sus palabras y le revoloteaban alrededor cuales moscas buscando la amistad con el genio y alabando sus magnificas obras para que así el leyera las de ellos. Algunas de estas amistades serían conocidos escritores más tarde y por ello no creo conveniente revelar su nombre.
Más concretamente, uno de estos aduladores, le perseguía constantemente y siempre andaba pidiéndole al genio que le contara alguna anécdota de sus viajes por Europa, alguna crítica sobre algún escritor de moda. Este adulador le perseguía en sus largos paseos, en ocasiones de tres y cuatro horas, por la carretera que llevaba a Rye, acompañado de su fiel can y su mayordomo.
Una tarde, intentando esquivar a este pesado adulador y lisonjero joven vecino, intentó Henry James saltar por el jardín, aun así el joven consiguió darle alcance en la mitad del camino. El viejo y hosco escritor no quiso ser descortés y maleducado con uno de sus asiduos halagadores pero no pudo evitar mostrar su enfado a través de un monólogo de más de cinco minutos sobre la buena educación y la cortesía. Durante ese monólogo, el novelista, estaba tan enfrascado en su discurso que no notó que su querida mascota, que estaba sujeta a el por una correa enganchada a su inseparable bastón, daba vueltas a alrededor de el y el bastón. Su adulador y el mayordomo, querían explicarle y hablarle, acerca de lo que estaba pasando; pero la mano amenazadora de Henry James, les acallaba en su intento de evitar una terrible desgracia. Cuando acabó su discurso intentó moverse hacia delante y cuando adelanto un pie sobre el otro, se encontró inmovilizado y cayó de bruces contra el suelo. Estaba tan furioso que se volvió hacia su joven adulador y le dijo: ”¡ Es usted dolorosamente joven pero a la edad que ya alcanzado, si es que no antes, jugar a tales jueguecitos es una imbecilidad!¡Una IMBECILIDAD!”

El pobre adulador quedó desolado, sabía que su maestro estaba muy enfadado, aunque no entendía la razón, ni el significado de sus palabras.

Lourdes Lozano de la Mota