sábado, 13 de enero de 2007

ABRIL ROJO.Santiago Roncagliolo.



ABRIL ROJO.SANTIAGO RONCAGLIOLO. (Lima, 1975).
IX Premio Alfaguara de novela 2006
Para Sonia Navarro, con quien comparto el amor por Perú.
Rosario Raro.

Ayacucho es uno de los 24 departamentos de Perú. Enclavado entre cerros y circundado por Junín, Huancavelica, Cusco, Apurímac, Arequipa e Ica. Todos ellos nombres que evocan una geografía abrupta, escarpada, pero más psicológica que orográfica. El conflicto estalla de la encrucijada entre el altiplano y la región tropical.
La toponimia quechua de las provinicias de Ayacucho: Cangallo, Huanta, Huamanga, Huancasancos, Lucanas, Parinacochas, Paucar del Sara Sara, Sucre, Vilcas Huamán y la aculturación: La Mar y Víctor Fajardo.
Cuando el inca Wiracocha conquistó la región llenó las gargantas bajo las montañas y bajo los ojos de sangre. Y escribió en rojo el nombre de Ayacucho, Rincón de los muertos, en quechua.
A Huamanga, la capital del departamento se la conoce por la Universidad Nacional San Cristóbal -fundada en 1677- y por la piedra blanca volcánica, el alabastro. Su variedad traslúcida se utilizaba para tamizar la luz y darle desde las ventanas y tragaluces una tonalidad ámbar. El mismo que colorea las páginas de esta novela atemporal porque describe unos hechos cíclicos, un tiempo encerrado en un caracol, que nunca termina. Crímenes salvajes, atropellos, sarcasmo frente a los derechos fundamentales del hombre. Los asesinatos se perciben como atávicamente inevitables, provocan mudez, ceguera en los testigos, cualquiera que sea el arma: una sierra, un horno, un hacha, todas terminan en un silenciador.
La suciedad es la segunda alfombra natural, ancestral, bajo un tejido multicolor, folklórico, tradiciones que entre andas, imaginería, policromía, pan de oro en los altares deslumbran para que toda la gama del gris ceniza no pueda verse entre tanto destello.
Cuando el fiscal distrital adjunto, Félix Chacaltana, llega a Huamanga, aún cree en el hombre. En la estela de Pedro Páramo, y de gran parte, también, del indigenismo, los muertos no se ausentan, su interlocutora, su madre, expiró mucho antes de que el regresara de Lima, pero sigue conservando intacto, aunque habitado, su cuarto, "un retrato en tres dimensiones de su nostalgia.” Y la otra mujer, Edith, también es etimológicamente ayacuchana: "-A mí no me gustaría ir al cementerio. Es como… tener una casa en que uno no vive."
El primer desengaño del fiscal llega con una reprimenda cargada de razones literarias cuando el comandante Carrión le reprocha que mientras "estaba en Lima, pues, mientras su gente moría. Estaba leyendo poemitas de Chocano , supongo. Literatura, ¿verdad? La Literatura dice demasiadas cosas bonitas, señor fiscal. Demasiadas. Ustedes los intelectuales desprecian a los militares porque no leemos. Sí, no ponga esa cara, he escuchado sus bromas, he visto la cara de los viejos políticos cuando hablamos. Y las comprendo. Nuestro problema es que estamos hasta los huevos de la realidad, nunca hemos visto las cosas bonitas de las que hablan sus libros.”
Una anécdota curiosa sobre José Santos Chocano: escribió en su epitafio "muerto en vida" y exigió que se le enterrara de pie, voluntad que también se cumplió.
Pero siguiendo con la cita, Abril rojo, no habla de cosas bonitas pero es literatura, levanta acta ante unos hecho terribles: un terrorismo ejercido desde dos bandos encarnizados, irracionales, con el agravante en el caso de uno de ellos de que se cree legitimado desde el estamento militar, policial, o desde los oscuros sótanos y recovecos del servicio de inteligencia nacional.
En el discurso de recepción del Premio Alfaguara de Novela 2006, el autor dice: "(...)toda la literatura, es incapaz de ofrecer respuestas. Pero con suerte, como la buena literatura, puede señalar algunas preguntas, el tipo de preguntas que se repiten en todos los rincones del tiempo y el espacio, y que dibujan los contornos de lo que llamamos humanidad."
Novela que la reclama a gritos; desde la crudeza, erigiendo como estandartes de la barbarie las figuras mutiladas, descarnadas como símbolo desde las que como en el mito del renacimiento del inca, reuniéndose todas las partes seccionadas, puede crecer desde la misma tierra, abonada en exceso, la esperanza en un presente que con luminosidad le cambie el nombre a la región.